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La última muerte de Jack Fuchs

Sobreviviente de Auschwitz, murió a los 93 años en Buenos Aires, la ciudad que eligió
La última muerte de Jack Fuchs
Necesitó más de cuarenta años para procesar el horror en su Lodz natal. Superó el encierro en el gueto, en Auschwitz y en Dachau. Y dedicó su vida a hacer reflexionar sobre la Shoah. Muchos de sus textos, agudos y profundos, fueron publicados en PáginaI12.
Jack Fuchs nació en Polonia, en 1924, en una familia judía en la que fue el segundo de cuatro hermanos.
Jack Fuchs nació en Polonia, en 1924, en una familia judía en la que fue el segundo de cuatro hermanos. 
Imagen: Sandra Cartasso
“Toda esta tragedia judía es al mismo tiempo una tragedia universal. En verdad, no soy un sobreviviente sino un resucitado. Después del fin de la guerra, seguían muriendo infinidad de personas. Y las que sobrevivían no soñaban con la venganza. Yo no sé si eso está bien o mal, pero, por mi parte, yo tampoco soñaba con vengarme. Sólo pensaba en cómo recomenzar, una vez más, a vivir”, explicó en Tiempo de recordar Jack Fuchs, que murió hacia la medianoche del jueves, a los 93 años, en Buenos Aires, la ciudad que eligió hace más de 50 años.
Nacido en Lodz, Polonia, en 1924, en una familia judía, fue el segundo de cuatro hermanos. El 8 de septiembre de 1939, a poco de desatada la Segunda Guerra Mundial, la armada alemana, que acababa de invadir Polonia, se apoderó de Lodz. Al año siguiente, ya quinceañero, fue encerrado, junto a toda su familia, en el gueto de su ciudad, uno de los primeros que crearon los nazis. Allí permaneció encerrado cinco años y luego fue transferido, en agosto del 44, al campo de concentración de Auschwitz, donde vio por última vez a sus padres y a sus hermanos, que no sobrevivieron al campo. El fue rápidamente seleccionado para ir a trabajar al campo de Dachau, donde permaneció prisionero hasta el fin de la guerra.
Pag 12.
Tenía 21 años y sólo pesaba 38 kilos cuando terminó el horror. Padecía tifus y tuberculosis; y como pudo llegó a una granja de donde más tarde fue llevado hasta Saint Ottilien, un antiguo monasterio transformado en hospital. Fue allí donde, como solía decir, “volvió a nacer”.
Muchos años más tarde, en una contratapa que escribió para este diario (“El hombre que me hizo llorar”, 19 de abril de 2010), contó que, apenas empezando a recuperarse físicamente de las secuelas de los campos, rechazó el ofrecimiento de una tía instalada en la Argentina y se fue a los Estados Unidos: “Debieron pasar muchos años y muchos divanes para que me percatara del miedo que en aquel entonces había tenido, de enfrentar las preguntas que mi tía podría haberme hecho. ¿Qué pasó con tu mamá? ¿Y con tu papá? ¿Qué, con tus hermanos? ¿Y tus primos? Yo me había negado, tajante, a exhumar esos recuerdos sin lápida”.
En 1946 llegó a Nueva York y vivió en Brooklyn, con ayuda del International Rescue Committee. Recién en 1963 se estableció definitivamente en la Argentina, donde se casó con una mujer de familia francesa y armaron un negocio de confección de ropa. “Uno no puede vivir con un dolor. La naturaleza misma te ayuda, hace un filtro. Uno no se propone recordar ni se compromete a no olvidar. La gente sigue”, expresó. Y confesó que nunca relató a su hija ni a sus nietas su experiencia en los campos nazis.
En 1993, al cabo de medio siglo de silencio, Jack Fuchs fue interrogado por la Fundación Steven Spielberg, cuyo objetivo es recoger y conservar los testimonios de los sobrevivientes del holocausto. Desde entonces, salió de su mutismo y se dedicó con intensidad a hacer conocer la Shoah. Para eso dio innumerables conferencias en instituciones, escuelas y universidades y publicó libros en los que relató su experiencia, entre los que se destacan Tiempo de recordar (1995) y Dilemas de la memoria (2006), que describe el período que va desde su infancia en Lodz hasta Auschwitz.
De todas maneras, los intereses de Fuchs fueron de un alcance mucho más general y reflexionó sobre la discriminación, los derechos humanos, y sobre todo acerca del silencio del que es capaz la humanidad cuando se enfrenta a un crimen en el momento en que se está cometiendo. Y puso en un plano de igualdad (en ese aspecto), la Shoah, Hiroshima y Dresde. “El fin de la guerra significó para mí, como sobreviviente, el comienzo de un duelo que me acompaña hasta hoy. También significó iniciar un camino para intentar comprender la siniestra dimensión de los crímenes que ocurrieron, la naturaleza de esa pesadilla y lo oscuro y estremecedor que resulta el fantasma de la guerra del hombre contra sí mismo, más allá de las infinitas justificaciones que utilicen los seres humanos para convencerse de sus motivaciones. Es ésa la guerra que está detrás de todas las demás”, expresó en otra de sus contratapas (“El fin de la Segunda Guerra Mundial”, 8 de mayo de 2006).
Por su trabajo y su compromiso con los derechos humanos, en julio de 2010 la Legislatura porteña lo nombró Ciudadano Ilustre.
Hace unos años, luego de un viaje de vuelta a Polonia y de una recorrida por los lugares que marcaron su vida y los campos de concentración transformados en museos y sitios de memoria, reflexionó: “Ocho días en Auschwitz fueron una eternidad, ocho horas en Auschwitz fueron una eternidad, porque todo estaba limpio, no quedaba nadie. Es muy difícil que la gente entienda esto y al sobreviviente”.

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